jueves, 25 de marzo de 2010

Mi edén

En una esquina Napoleón y Napoleón discuten acaloradamente (muchos son los Napoleones en este lugar, otros, los mas chapados a la antigua han optado por Alejandro magno); ambos sostienen su legitimidad y exponen argumentos muy convincentes “usted dice ser Napoleón Bonaparte y no tiene las más mínima idea de quiénes fueron Polibio, Plutarco o Arriano de Nicomedia, vergüenza debiera darle un descaro semejante” arremetió el primero “ ¿descaro el mío? Usted mide un metro 85!” contraatacó el segundo.
Para muchos, aquello podría resultar un auténtico infierno, para mí era el mismísimo edén; un lugar donde Mozart y Neruda podían trenzarse en discusiones triviales y terrenales o podían incluso resolver el enigma del huevo o la gallina ( no les revelaré la respuesta).
Pero no todas las personas aquí creían ser personajes célebres de la historia, había locos comunes y corrientes, tan ordinarios como cualquiera de nosotros, ejemplos de ello eran Matías y José ( José y Matías en realidad, acostumbraban intercambiar sus nombres), solían jugar ajedrez durante horas, aunque el desenlace era siempre el mismo, lunes, miércoles y viernes ganaba Matías (José) Martes, jueves y sábados ganaba José (Matías); los domingos si que habían auténticas batallas.

lunes, 15 de marzo de 2010

Al otro lado de la ventana

Nadie los mira por mas de un par de segundos, solo yo; pasadas las 8 de la noche se dejan ver por mi ventana, allá en lo bajo de la plaza Mitre, un puñado de desdichados pasea su infortunio en la penumbra mas oscura. No se realmente qué me provoca verlos, algo de culpa desde luego, sin embargo nunca he tenido el impulso de bajar y ofrecerles siquiera un vaso de agua.
Cuando el sueño termina por vencerme, ellos todavía aguantan de pie, esperando el milagro probablemente, o quizá no esperando nada, sólo el amanecer.
Siempre me llamó mucho la atención aquella resignación, viven y actúan como si no hubiese un mundo mejor, o peor aún concientes de su existencia pero entregados a la vacilación del destino.
Nunca estuve muy seguro de si era yo en parte culpable de aquello, pero no tenía ninguna duda de que inocente no era; pero bueno, suficiente consuelo para mí.
Recuerdo que de chico solía jugar a la pelota allí, pero nunca hasta aquellas horas, todos sabíamos que a partir de las 8 la plaza no nos pertenecía; confieso que en aquellos tiempos mi humanidad era más objetiva, hoy suelo amoldarla hasta encontrar la forma más conveniente. En ese entonces me había prometido a mi mismo hacer algo, lo que fuese necesario para evitar tanta calamidad al otro lado de mi ventana, hoy comprendo que las promesas que se hacen a los niños no siempre es necesario cumplirlas, aunque a veces pienso que debería hacerlo y he considerado seriamente mudarme al 2do C, cuya ventana da a un patio interno.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Mi obra máxima

Comenzaré diciendo que soy el autor de la novela más magnífica de todos los tiempos; destacable es mi osadía al confesarlo, no cualquiera hace tamaña confidencia sin tener prueba alguna de ello; es cierto no tengo cómo demostrarlo, siquiera el recuerdo de un fragmento errante, nada.
Tendrán que consolarse con saber que aquella historia de amor, desamor, intramor o de lo que haya sido, existió.
La soñé una vez, de eso estoy seguro; recuerdo haber despertado con el inmenso placer del labor realizado, “esto debe haber sentido Miguel Ángel” me dije (claro, en esos tiempos sobresalir era mas sencillo, a algunos se los recuerda por haber descubierto que las manzanas caen hacia abajo). Pero no pude escribirla, la había olvidado completamente.
Mi desamparo era total, muy probablemente había dejado escurrir entre mis pensamientos la obra mas sublime de mi generación; no entraré en la demagogia de decir que mi angustia radicaba en el hecho de haber privado al mundo de un regocijo semejante, lo que verdaderamente me atormentaba era que me habían despojado de un reconocimiento justo, juro que no soy vanidoso, pero lo que es justo es justo.
Ustedes por lo pronto deberían saborear aquello que fue, y si alguna vez se cruzan conmigo espero recibir al menos un gesto de gratitud

martes, 9 de marzo de 2010

Experiencias personales

Suele coincidir mis disidencias en tres clases de personas: bravucones temerarios, obsecuentes por oficio y vendedores de cerezas; o al menos así lo dicen mis experiencias personales. Aunque a veces creo que ha sido algo apresurado incluir en la nómina a los “bravucones temerarios”, después de todo solo he tenido problemas con 3, y uno de ellos era mi hermano mayor.
Otro es el asunto si de mercaderes de cerezas hablamos, éstos si que han llegado colmar mi tolerancia con total eficacia. Probablemente el hecho de haber vivido casi 20 años a unos pocos metros de un puestito “cerezero” le haya jugado muy en contra al gremio en cuestión, pero lo cierto es que los aborrezco. Recuerdo con enfado como aquel senil individuo tardaba larguísimos segundos en hacer a mano las “cuentitas del vuelto”; “me tenés que dar 50 centavos” le explicaba encrespado, “pará un poquito pibe, me llevo dos, bajo una…” seguía el anciano sin inmutarse.
Pero a veces pienso si será justo hacer tal juicio de valor basándome solo en mis experiencias personales, es lo que tengo mas a mano eso es cierto, pero con igual criterio la madre de un hijo bizco pensaría que los bizcos son las personas mas maravillosas del mundo; y sepan disculparme pero de bizcos conozco y mucho, todos mal gente créanme.
Cómo hacemos entonces para construir valoraciones fehacientes sin recurrir a lo íntimo, a lo subjetivo? Personalmente lo considero imposible, por lo pronto yo seguiré pensando que los vendedores de cerezas son la peor miseria de la creación divina.